
Hace ya tiempo, una tarde de esas que tientan tu cuerpo y tu alma a compartir experiencias con tus amigos y conocidos, acompañados todos de algún elixir afro-alcohólico, y de telón de fondo una preciosa puesta de sol, vamos una tarde de esas, normalitas, fuimos testigos de lo que puede llegar el ser humano a estar en relación con la naturaleza.
En medio de un estado de melancólicas anécdotas, de repente, y sin previo aviso, un estridente chirrido, acompañado de un doloroso quejido, rompió nuestra armónica conversación y nos sacó de tan bello y acompasado trance. Todos nuestros ojos fueron a parar al mismo lugar de donde provinieron semejantes sonidos, todos vimos una ranchera y debajo de sus grandes ruedas, como por arte de magia, vimos aparecer un pequeño perro marrón claro, sorprendidos todavía seguimos con la mirada al can, que vino a cobijarse bajo la sombra de un gran (y cuando digo "gran" digo "gran") hombre curtido por la mar (o eso me parecía).
En medio de nuestro arrobamiento, y todavía con el susto de los ensordecedores ruidos, de la ranchera bajó un chico de mediana edad con intenciones pacíficas y con la idea de pedir disculpas a la par que ver si el pobre animal estaba en buen estado. Pero cual fue su, y nuestra, sorpresa, cuando el "dueño" de dicho animal se levantó de golpe del sitio en el que se encontraba y fue a arremeter contra el joven que iba hacia su situación. En medio de el desconcierto del joven (sospecho) y viendo la actitud agresiva de aquel hombre "curtido", su actitud, cual flash de cámara fotográfica, cambió; y cual fue el cambio que se puso de repente a enfrentarse a aquel "dueño y señor del mar" (y del perro). Cara a cara, frente a frente, sus alientos se rozaban en un fluir de palabras, insultos, amenazas y batallas...
Nosotros, paralizados por la escena que nos habían brindado, sólo llegamos a esbozar un pequeño resumen de lo sucedido... ¡Todo por un "fisco" de perro...
Dedicado a Quique.
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