lunes, 4 de junio de 2012

¿Qué pastilla elegiste Alicia? (Parte 1)


...Y de repente la pequeña Alicia plegó la aterciopelada cortina que adornaba aquel cálido y luminoso salón, tras ella se hallaba un sinfín de números y letras y signos inquietos delante de un fondo negro, esas letras le llamaban, le pedían que entrase, cuando, de repente, vio un pequeño conejo atravesar raudo esa “ilusión”… pero… ¿era una ilusión? La pequeña Alicia quedó impactada cuando observó, entre los rápidos movimientos del lepórido, que portaba un reloj y anteojos (aunque no sabía si era eso o un monóculo, dado que la sorpresa y la velocidad hicieron mella en su mente).
Entre temblores decidió cruzar, tras esa extraña cosa solo encontró otra habitación con mucho polvo, al contrario que la luz, que era muy escasa. Afuera, una tormenta descargaba raudales y raudales de agua, los relámpagos sonaban, pero no iluminaban la estancia. En medio de esta, un gran y cómodo sillón rojo de piel, en él estaba sentado un hombre muy extraño, vestía un insólito traje de “escamas” negro, como si de la piel de un reptil se tratase; en sus ojos unos quevedos, como opacos, que escondían su mirada y reflejaban lo que veía. En sus piernas el pequeño conejo sonreía y se dejaba acariciar. De aquella penumbra surgieron otras cuatro personas más, cada cual más extraña, y se dispusieron a lo largo de la habitación tras el sillón; vestían ropajes extraños y negros (parecidos a los del que estaba sentado) y la miraban fijamente.
De repente, Alicia, intimidada y atemorizada por el momento, decidió desandar sus pasos; cuando, súbitamente, el extraño personaje le dijo:
-          No temas Alicia, pasa, siéntate.
La pequeña Alicia, obediente, tomó asiento justo enfrente de aquel hombre, a su diestra una pequeña mesita sostenía un vaso de agua, parecía limpia. El hombre unió sus manos (recordando todas aquellas noches en las que ella rezaba a los pies de su cama) y le dijo:
-          Ya era hora, bienvenida Alicia, yo soy Morfeo.
La pequeña quedó muda de estupefacción, ¡sabía su nombre! El de él le sonaba a las viejas historias contadas en Grecia sobre un hombre que se metía en los sueños de los demás… eso podía ser una señal… ¿era un sueño?...El hombre interrumpió sus elucubraciones…
-          Supongo que ahora, te sentirás un poco extraña…
-          Se podría decir que sí – respondió la pequeña con voz vacilante-
-          Puedo verlo en tus ojos. Tienes la mirada de una niña que acepta lo que ve porque espera despertarse. Irónicamente, no dista mucho de la realidad ¿Crees en el destino?
-          No –respondió de nuevo ella, ahora un poco más segura -
-          ¿Por qué no?
-          No me gusta la idea de no ser yo la que controle mi vida.
-          Sé exactamente a lo que te refieres. Te explicaré por qué estás aquí. Estás porque sabes algo. Aunque lo que sabes no lo puedes explicar. Pero lo percibes. Ha sido así durante toda tu vida. Algo no funciona en el mundo. No sabes lo que es, pero ahí está como una astilla clavada en tu mente y te está enloqueciendo. Esa sensación te ha traído hasta mí ¿Sabes de lo que estoy hablando?
Alicia frunció el ceño, y al momento,  la mirada de Morfeo atravesó esos opacos cristales y se incrustó en la mente de la niña. La pobre no entendía nada de lo que le decía aquel hombre, todo le sonaba extraño… quería volver a su casa, quería estar rodeada de las flores y el césped que tenía su jardín, volver a leer, a soñar, a inventar…
-          Todo eso en lo que piensas Alicia es Matrix. – dijo leyendo sus pensamientos- ¿Te gustaría saber lo que es? Es un cautiverio, naciste en una prisión que no puedes ni oler, ni saborear, ni tocar. Por desgracia no se puede explicar lo que es Matrix. Has de verla con tus propios ojos. Esta es tu última oportunidad.
De su original abrigo sacó una cajita metálica, del color de la plata que guardaba la madre de Alicia en aquel viejo y carcomido aparador; lisa, sin ningún tipo de dibujo ni filigrana. La abrió tras jugar un rato con ella entre sus manos, y en ella la niña vio dos pequeñas pastillas, una roja y otra azul.
Morfeo le dijo:
-          Si tomas la pastilla azul fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedas en el País de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda lo único que te ofrezco es la verdad. Nada más. Sígueme…
La pequeña se sintió tentada en abandonar aquel mundo tan fantástico que se presentaba ante sus ojos, pero, su afán de descubrir cosas nuevas, le hizo tomar la pastilla roja. Repentinamente  sintió como si cayera por un inmenso y profundo agujero, un hoyo excavado y envuelto de un metal oscuro, frío, lleno de luces y de chispas… sus ojos se abrieron y se vio en medio de un enorme corredor, blanco, con muchas puertas a los lados, personajes con armaduras blancas paseaban por ellos; las puertas se abrían solas a su paso…

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