...Y de repente la pequeña Alicia plegó la aterciopelada
cortina que adornaba aquel cálido y luminoso salón, tras ella se hallaba un
sinfín de números y letras y signos inquietos delante de un fondo negro, esas
letras le llamaban, le pedían que entrase, cuando, de repente, vio un pequeño
conejo atravesar raudo esa “ilusión”… pero… ¿era una ilusión? La pequeña Alicia
quedó impactada cuando observó, entre los rápidos movimientos del lepórido, que
portaba un reloj y anteojos (aunque no sabía si era eso o un monóculo, dado que
la sorpresa y la velocidad hicieron mella en su mente).

De repente, Alicia, intimidada y atemorizada por el momento,
decidió desandar sus pasos; cuando, súbitamente, el extraño personaje le dijo:
-
No temas Alicia, pasa, siéntate.
La pequeña Alicia, obediente, tomó asiento justo enfrente de
aquel hombre, a su diestra una pequeña mesita sostenía un vaso de agua, parecía
limpia. El hombre unió sus manos (recordando todas aquellas noches en las que
ella rezaba a los pies de su cama) y le dijo:
-
Ya era hora, bienvenida Alicia, yo soy Morfeo.
La pequeña quedó muda de estupefacción, ¡sabía su nombre! El
de él le sonaba a las viejas historias contadas en Grecia sobre un hombre que
se metía en los sueños de los demás… eso podía ser una señal… ¿era un
sueño?...El hombre interrumpió sus elucubraciones…
-
Supongo que ahora, te sentirás un poco extraña…
-
Se podría decir que sí – respondió la pequeña
con voz vacilante-
-
Puedo verlo en tus ojos. Tienes la mirada de una
niña que acepta lo que ve porque espera despertarse. Irónicamente, no dista
mucho de la realidad ¿Crees en el destino?
-
No –respondió de nuevo ella, ahora un poco más
segura -
-
¿Por qué no?
-
No me gusta la idea de no ser yo la que controle
mi vida.
-
Sé exactamente a lo que te refieres. Te
explicaré por qué estás aquí. Estás porque sabes algo. Aunque lo que sabes no
lo puedes explicar. Pero lo percibes. Ha sido así durante toda tu vida. Algo no
funciona en el mundo. No sabes lo que es, pero ahí está como una astilla
clavada en tu mente y te está enloqueciendo. Esa sensación te ha traído hasta
mí ¿Sabes de lo que estoy hablando?
Alicia frunció el ceño, y al momento, la mirada de Morfeo atravesó esos opacos
cristales y se incrustó en la mente de la niña. La pobre no entendía nada de lo
que le decía aquel hombre, todo le sonaba extraño… quería volver a su casa,
quería estar rodeada de las flores y el césped que tenía su jardín, volver a
leer, a soñar, a inventar…
-
Todo eso en lo que piensas Alicia es Matrix. –
dijo leyendo sus pensamientos- ¿Te gustaría saber lo que es? Es un cautiverio,
naciste en una prisión que no puedes ni oler, ni saborear, ni tocar. Por
desgracia no se puede explicar lo que es Matrix. Has de verla con tus propios
ojos. Esta es tu última oportunidad.
De su original abrigo sacó una cajita metálica, del color de
la plata que guardaba la madre de Alicia en aquel viejo y carcomido aparador;
lisa, sin ningún tipo de dibujo ni filigrana. La abrió tras jugar un rato con
ella entre sus manos, y en ella la niña vio dos pequeñas pastillas, una roja y
otra azul.
Morfeo le dijo:
-
Si tomas la pastilla azul fin de la historia.
Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te
quedas en el País de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la
madriguera de conejos. Recuerda lo único que te ofrezco es la verdad. Nada más.
Sígueme…
La pequeña se sintió tentada en abandonar aquel mundo tan
fantástico que se presentaba ante sus ojos, pero, su afán de descubrir cosas
nuevas, le hizo tomar la pastilla roja. Repentinamente sintió como si cayera por un inmenso y
profundo agujero, un hoyo excavado y envuelto de un metal oscuro, frío, lleno
de luces y de chispas… sus ojos se abrieron y se vio en medio de un enorme
corredor, blanco, con muchas puertas a los lados, personajes con armaduras
blancas paseaban por ellos; las puertas se abrían solas a su paso…
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