Pensé por un instante si podría haber en mí algún pensamiento dulce, pacífico, alegre. Pero no, mi mente era un oscuro habitáculo donde la luz por hermetismo no penetraba, un habitáculo lleno de cosas, trastos, antigüedades, cosas inservibles que anteriormente me habían servido para hacer de mi vida un paso fácil por este mundo, y que ahora me ahogaban, me presionaban, me hacían daño, incluso no me dejaban respirar.

- ¿Qué haces?- preguntó
En medio de mi frustrada búsqueda respondí que quería una respuesta, un halo de luz que me indicara el camino por el que seguir.
Miré y vi un hombre, su rostro iluminaba la sabiduría y la antigüedad, el presente y el pasado... en medio de sus arrugas esbozó una sonrisa, tan simple, tan sencilla, que hizo que por un momento me olvidara de dónde y cómo estaba.
Me guió por los caminos de la meditación y el silencio, caminos de dolor y regocijo, caminos de amor y odio, caminos de sabiduría e ignorancia...
Cierto día desperté, hacía un día espléndido, el cielo lo rasgaba una pequeña nube aterciopelada, busqué a aquel anciano, y no hallé rastro de él. Busqué en medio de los árboles de la selva, tras las cascadas, tras montañas y rocas, pero no lo pude hallar. Al llegar a mi cabaña, pensé que no podía ser cierto, que no podía haberme dejado solo, y en medio de mi miedo y soledad volví a mi lecho, mi incómodo lecho, y entre mis harapos que me servían de manta descubrí una pequeña nota, entre sus letras temblorosas, pude leer:
..."La esperanza es el sueño de un hombre despierto"...